domingo, 18 de marzo de 2007

“¡Como lloraba mi nono cuando nos vinimos!”

(Historia del Sr. Giovanni Luigi Gotti)

Giovanni Luigi Gotti (Gigi)
Nacimiento: 30 de junio 1935.
Lugar: Oltre il Cole, Bergamo, Italia.
Residencia actual: Córdoba, Argentina.

-Cuál es su nombre?
-En italiano o castellano?
-En italiano.
-Giovanni Luigi Gotti.
-¿Y en castellano?
-Soy Juan Luis. Pero todos me dicen Gigi, por Luigi.
-¿Cuándo y dónde nació?
-En Oltre il Colle, un pueblo de los Alpes, en Italia. El nombre significa “detrás de la colina”.

“¡Déjemelo aquí al Gigi, io lo cuido, lo mando a Bergamo a estudiar, déjemelo al Gigi. ¡Non lo vedo più, no lo veo más!...”
El auto arranca y el abuelo corre detrás; a Gigi todavía le parece escuchar sus gritos:
-¡Déjemelo al Gigi, non lo vedo piú!
“Mi nono siempre me llevaba a cazar pájaros y yo era el más apegado a él, por eso quería que papá me dejara en Italia. ¡Cómo gritaba, pobrecito!, pero papá le dijo: ‘Somos ocho y nos vamos los ocho’.
Papá, mamá y seis hijos. Mi nono era un hombre tan fuerte, tan rudo, que cuando lo vi llorar como un niño, no lo podía creer.
El nono se quedó llorando. No lo vi nunca más. Nunca nos escribimos. Papá sí escribía, mucho, cada quince días. Cuando murió papá empecé a escribir yo, pero el nono ya no estaba.
Yo extrañé muchísimo todo eso, extrañé los paseos en las montañas, las caminatas. Me gustaba acompañar al abuelo porque nosotros teníamos una ‘uccelanda’, que es una casa centenaria camuflada con enredaderas, en medio del bosque, y desde donde se atrapa a los ‘pácaros’. Es una casa vivienda de tres pisos: en el primero se duerme y desde el último se observa cautelosamente a los ‘pácaros’ que están en las copas de los árboles. Una vez que se los detecta, se lanzan unas paletas de mimbre, en forma de platillo, para espantarlos y entonces, asustados, vuelan hacia abajo y quedan en las redes que están a los costados de la uccelanda. De ahí se los atrapa uno por uno y se los mete en jaulas.
Nosotros teníamos como 180 jaulas. De esos pájaros separábamos algunos para meterlos en otras jaulas que se colgaban de los árboles: son los ‘pácaros llamadores’. Mi abuelo tenía como 150 ó 160 y a eso de las tres de la mañana íbamos a ver que cada uno estuviese en su lugar, porque si no, decía el nono, el pácaro non canta, y si non canta, no llama a los otros que pasan. Hasta quinientos agarrábamos; eran pájaros que bajaban de Yugoslavia, de Alemania, de esos lugares.
La gente venía de Bergamo y de Milano a buscar pájaros vivos, pero si había muchos se los mataba y vendía para comer, a buen precio, porque polenta con ‘pácaro’ era una comida muy cara. La llamábamos ‘polenta uccelli’. Actualmente eso está prohibido en Italia y acá los pájaros no son ricos.
La mayoría de la gente iba a cazar a la mañana, y hasta el cura del pueblo tenía su casita chiquita de madera con unos cinco o seis llamadores. A las 4.30 de la madrugada hacía una misa para cazadores, y cuando venían los pájaros ¡les disparaba con la escopeta! Esa era una costumbre de Lombardía. Y ése era nuestro plato preferido.
Otra costumbre es que en Italia el vino parece una obligación. Me acuerdo que yo era chico -siete u ocho años- y me daban un vaso de vino, ¡puro eh!... Allá no se conoce la soda.

Gigi, asomándose apenas entre los adultos. Su papá es el primero de la izquierda y el nono lleva su infaltable sombrero.

-¿Se adaptó a la comida argentina?
-¡Ah, claro!, me gusta mucho el asado, porque allá nosotros no conocíamos nada de eso (carcajadas), la carne se comía muy de vez en cuando, y unos bifes así de finitos eran caros, carísimos.

-¿Qué otras cosas recuerda de su infancia?
-No mucho. Algunas canciones... porque allá siempre se cantaba, es la costumbre. Uno salía de noche por ahí, se juntaba con otros y cantaba. Si escuchábamos cantar a los del pueblo vecino, entonces en el mío también lo hacíamos. Así era.

-¿Por qué vinieron a la Argentina?
-Al terminar la guerra había muy poco trabajo en Italia.
Estábamos haciendo los papeles para irnos a Suecia, donde vivían unos primos de mi papá, pero llegó de visita un tío que vivía en Córdoba y dijo: ‘¿Se van a ir a Suecia con el frío que hace allá?, vengan a Córdoba’. Y cambiamos el rumbo.
Nosotros éramos ocho: papá, mamá y seis varones; la nena nació después. Embarcamos en Génova el 21 de diciembre de 1950 y desembarcamos en Argentina el 19 de enero de 1951.
El barco en el que vinimos era bastante antiguo, de la Línea C “Costa”, con capacidad para unas 1.200 personas. Unos 550 pasajeros subimos en Génova y la otra parte en Nápoles; todos con destino a Buenos Aires. Así que pasamos la Navidad ahí, con una fiesta muy alegre y mucho canto, porque los italianos somos de cantar. Siempre hay alguien que lleva un acordeón (sonríe), y como había un montón de napolitanos, se bailaba y cantaba tarantelas.

-¿Qué traían en esa mudanza?
-Mi mamá traía de todo para la casa: loza, porcelana checoslovaca -que hoy conserva mi hermano- y un baúl lleno de cosas; pero aunque tenía un letrero que decía “Frágil”, muchas se rompieron en el tren que las trajo a Córdoba. Nosotros, en cambio, vinimos desde Buenos Aires en el auto de mi tío, un Plymouth; en esa época no había muchos autos. Salimos temprano y a las seis de la tarde ya estábamos aquí.
Mi tío vivía en una casa en Alta Córdoba, en la calle Rivera Indarte, frente a la estación. Nosotros no conocíamos el mate cocido, y fue lo primero que me dieron mis primos cuando llegamos. ¡Pero estaba tan caliente que me quemé, me salieron unas ampollas gigantes, y por eso hasta el día de hoy no volví a probarlo!

-¿En qué barrios vivieron?
-Ahí estuvimos unos meses y después alquilamos en barrio Firpo.

-¿En qué trabajaban?
-Primero, en “La 33”, un almacén enorme que estaba en el cruce de avenida Caraffa y Octavio Pinto, en Bajo Palermo. Mi tío lo alquiló y nosotros trabajábamos allí; yo hacía reparto a domicilio en mi bicicleta con canasto. Después mi papá comenzó de albañil y nos abrimos por nuestra cuenta. Al tiempito nomás hicimos una casa en Mercado y Villacorta, y nos metimos a vivir.
Papá trabajó primero con un patrón, en la construcción de la escuela de las Escolapias, pero cuando empezaron a conocernos, nos venían a buscar. La gente sacaba un crédito y construía su casa, y así levantamos como cuarenta, muy rápido, porque trabajábamos cuatro de la familia y algunos otros que papá ocupaba. Cada casa nos llevaba un promedio de tres meses y hacíamos varias juntas. Se trabajaba muy mucho, de diez a quince horas por día y era laburo pesado porque en esos años se hacía todo a mano, no había máquinas como ahora.
Amanecía y ya estábamos en la obra, volvíamos a comer a casa a las 12.15, y de vuelta a la obra hasta las cuatro y media.

-¿Y su mamá?
-Mi mamá trabajaba todo el tiempo porque éramos un montón. Siempre lavando ropa. Ella vino embarazada pero no lo sabía, porque en Italia el médico le había dicho que no podía tener más hijos, ¡y la tuvo a la Mari, que la acompañó siempre!
Nosotros llegamos en enero y en agosto nació mi hermana menor, mi mamá tenía 43 años.

-¿Qué estudios hizo en Italia?
-En Italia no es como en Argentina. Acá es fácil, pero allá sólo estudia el que tiene plata. Allá hay que pagar, y en la facultad también hay que ‘ponerse’. En mi pueblo podía estudiar el hijo del farmacéutico, el del almacenero y uno o dos más, porque en Italia el gobierno no regala nada; al menos en esa época.
Yo hice hasta quinto grado y ahí terminé la escuela.

-¿Qué recuerda de la guerra?
-El día en que terminó, el del armisticio. Y también recuerdo patente que vi morir a un capitán de los partisanos, un tal Renato. Él iba en un auto y le dispara a un camión, entonces el conductor se baja y le tira y Renato cae muerto (Gigi abre los ojos, impresionado).
Partisanos de la resistencia italiana, con quienes colaboró el papá de Gigi.Dos o tres veces por año venían los alemanes con los fascistas a buscar a estos rebeldes que estaban en la montaña. A mi papá no lo tocaban porque tenía muchos hijos y durante la guerra estuvo un tiempo en Alemania, construyendo refugios antiaéreos.
Pero antes, en el año 35, se había ido al África... la gente emigraba mucho, salía a buscar la vida donde fuera, donde hubiese trabajo; el papá de mi mamá, por ejemplo, murió muy joven en las minas de Australia. En Italia había poco trabajo y el que había, era para los afiliados al fascismo. Pero papá nunca quiso afiliarse. Él colaboraba con los partisanos. Recuerdo que a veces mi madre desplegaba una sábana grande en el patio, eso era una señal, una señal para los que se escondían en las montañas. Avisaba que estaban los alemanes o los fascistas merodeando por el pueblo. Mi madre también curaba soldados. Mi hermano mayor hacía de estafeta: le daban una carabina y en caso de apuro llevaba recados. Había que tener mucho cuidado, porque si lo veían, lo fusilaban así nomás.
El fascismo era bravo: un día vinieron al pueblo y sacaron las campanas de un campanario hermoso, además la gente de la municipalidad iba familia por familia sacándoles las alianzas de matrimonio para el partido. Al final, cuando agarraron a Mussolini, tenía lingotes y lingotes de oro. Fue una lucha brava, pero gracias a Dios, siendo de los pueblos no la pasamos tan mal como otra gente: teníamos una casa grande, con un pedacito de tierra con frutales, verduras y criábamos chanchos, gallinas, ‘conecos’ y hasta pavos, y a los pavos, antes de comerlos, mamá les daba nueces; había muchas frutas secas en mi pueblo.

-¿Cómo fue su juventud?
-Mala, porque trabajaba toda la semana y no tenía plata (ríe a carcajadas); el papá era el que administraba y yo no quería molestarle pidiéndole nada porque estábamos haciendo la casa. Entonces los domingos yo arreglaba jardines, y con ese dinero los sábados salía con mis amigos al cine, a la pizzería.

-¿Qué le gustó de Córdoba al llegar?
-Me encantó el clima (sonríe). Creo que estoy vivo gracias al clima de acá, y aunque al principio sufrimos un poco el calor, a mí me hizo bien, porque en Italia teníamos 20º ó 30º bajo cero y en invierno había mucha nieve y nada de sol; el sol pasaba por detrás de la montaña.
Mi salud era mala; apenas nací, en 1935, mi mamá tuvo tifus, y como la gente se moría mucho por eso, la internaron y estuvo en cuarentena. No pudo amamantarme y yo tuve varias pulmonías, por eso los bronquios me quedaron débiles. No había antibióticos en aquellos años.

-¿Cómo se las arregló con el idioma?
-Aprendí muy rápido porque estábamos en el almacén. A veces nos reíamos con mi hermana por algún nombre. En Italia, por ejemplo, la manteca se dice ‘burro’, y si usted pide un burro aquí... Pero lo agarramos bastante fácil, incluso la mamá también y el papá también, porque a los del norte nos resulta más fácil aprender un idioma; los del sur, en cambio, hablan más cerrado.
¡ Ah, claro que todos se dan cuenta que soy tano porque me como las ‘cotas’ (jotas) !

-¿Volvió alguna vez a su país?
-Sí, en 1963, pero todo había cambiado. Papá quiso que todos nos volviéramos a Italia, pero estuve un año y me di cuenta de que acá todo es más fácil. Y después también los otros se vinieron.
En esa época nos fuimos a trabajar a Río Gallegos. Íbamos a hacer un edificio y volvíamos, pero al final nos quedamos porque nos llamaban de todos lados; no había quién trabajase en la construcción. En el sur se pagaba el doble y hasta el triple por el mismo trabajo que se hacía aquí. Al tiempo nos compramos camiones, maquinarias y formamos una empresa muy grande, Luis Gotti e hijos. Claro que aquello era duro; yo trabajaba mucho a la intemperie y hasta los 32 años seguí dándole a la pala. Primero hacía de albañil y después capateaba.

- ¿Tenía tiempo para novias?
-No. No había casi nada de tiempo. Además yo no quería casarme por mi salud, pensaba en los hijos, qué sé yo, hasta que un día un médico me dijo: ‘Pero casate, ¿qué problema vas a tener, estás loco?’. Y me casé a los 35 años. Mi esposa fue prácticamente mi primera novia y la fiesta de casamiento se hizo así nomás, entre la familia, porque soy muy reservado y ella era huérfana.
La conocí cuando hubo un incendio en la farmacia donde ella trabajaba y me llamaron para hacer los arreglos.

Y de esto hace ya 35 años y dos hijos.

Gigi 2005
(Entrevista realizada en abril de 2003 y agosto 2005)

“¡Como lloraba mi nono cuando nos vinimos!” fue tomada del capítulo “Italia” del libro “No me olvides” de Graciela Pedraza y Yaraví Durán, publicado en 2006 por Comunic-arte Editorial en Córdoba, Argentina (2da. Edición).

El Centro Lombardo de Córdoba agradece la gentileza de las Sras. autoras por autorizar su reproducción por este medio.