Primera Excursión de Camaradería 2004 - Centro Lombardo de Córdoba
Con la intención de conocer por dentro a nuestra provincia y su gente, un grupo de personas ítalo argentinas participaron el domingo 21 de marzo de la “Primera Excursión de Camaradería 2004 por El Pueblito y Villa Los Altos” que organizó el Centro Lombardo de Córdoba. El cielo estaba despejado y el clima era excepcional para viajar con una temperatura que osciló entre los 25 y 30 grados centígrados. El objetivo fue disfrutar de Córdoba en otoño, estación en la que la vegetación agraciada por las lluvias de febrero se manifiesta en todo su esplendor.
Saliendo de la ciudad de Córdoba por la ruta E 53 viajamos 37 kilómetros hasta llegar a Salsipuedes, un pintoresco pueblito serrano que le debe su nombre al Capitán Juan de Burgos, un hombre de la expedición de Jerónimo Luis de Cabrera, quien en 1604 se convierte en el primer propietario de estas tierras. La belleza del lugar cautiva al turista y por eso los lugareños suelen decirles a quienes vienen: “Entra si quieres y Sal si puedes”. Inmediatamente transitamos dos kilómetros por la ruta que va hacia Jesús María para visitar El Pueblito, en un hermoso valle enclavado en la profundidad de las Sierras Chicas.
Una vez que llegamos al Pueblito realizamos un circuito turístico que consistió en tres paradas: un museo de apicultura, un herbolario de plantas medicinales y el taller de un artesano en madera. De esta manera no sólo conocimos los productos que los serranos extraen de la naturaleza sino que también aprendimos de sus ejemplos de vida y al mejor estilo del Principito de Saint-Exupéry abandonamos por un instante nuestra ciudad con sus trajines para conocer “tres planetas diferentes”. Así descubrimos qué tienen en común la miel, las hierbas y la madera en tanto sustento no sólo económico sino también espiritual de estas personas que trabajan en permanente contacto con su mundo interior.
Donde las abejas son todas reinas
La primera parada fue “El Hogar de las Abejas” un museo sobre apicultura de la región donde se conoce la vida interior de una colmena y su evolución a través del tiempo. Siguiendo la tradición familiar que data de tres generaciones Eduardo Gaitán trabajó con las abejas los 59 años de su vida y nos contó sobre su experiencia: “yo soy originario de Tinoco, un pueblito cercano a Colonia Caroya; allí mi abuelo ya tenía abejas y mi padre, su único hijo varón, continuó con el oficio para después enseñarme a mí”.
El tiempo no pasa para él ya que la explotación de la abeja es la misma desde que Lorenzo Langstroth creara en 1850 la primera colmena moderna utilizando marcos que pueden entrar en cualquier colmena y que pueden ser manipuladas según el rendimiento de la producción. “Si bien existen adelantos en cuanto a comodidades y tecnologías como por ejemplo, la cría de abejas reinas en incubadoras, la explotación sigue siendo la misma”, relata Eduardo. La diferencia es que con el auge del cultivo de la soja y el trigo y los procesos de fumigación las abejas pierden su hábitat de vida, disminuye la producción de miel y en consecuencia se restringen las posibilidades de exportación. “Antes teníamos rendimientos de 60 kilogramos por colmena -cuenta el apicultor- pero hoy, el que logra 18 o 20 kilos ha hecho un cosechón”.
Antes de despedirnos de este apicultor apasionado, Eduardo se detiene y reflexiona: “yo aprendo mucho de la abeja ¿Sabes?; ellas son ambiciosas, cuando hay un gran flujo de néctar y vos les vas poniendo más y más cajones, ellas lo aprovechan al máximo, se matan trabajando. Y esa ambición me la trasmiten todos los días”.
Antes de despedirnos de este apicultor apasionado, Eduardo se detiene y reflexiona: “yo aprendo mucho de la abeja ¿Sabes?; ellas son ambiciosas, cuando hay un gran flujo de néctar y vos les vas poniendo más y más cajones, ellas lo aprovechan al máximo, se matan trabajando. Y esa ambición me la trasmiten todos los días”.
El secreto de las plantas
Continuamos con el viaje y en cada lugar que visitamos aprovechamos para desplegar las banderas de la Lombardía, Italia y Argentina. Entre mates y café llegamos al “Descanso el Nido” lugar donde la familia Leonangeli se dedica a cultivar e investigar las propiedades medicinales de plantas como ajenjo, ruda, romero y melisa, entre otras. Después de hacer sonar el gong de la entrada, Carlos nos recibió para enseñarnos los secretos de la medicina natural.
La experiencia de este hombre es admirable porque su trabajo no fue adquirido por herencia sino por opción. A los 38 años, su vida dio un giro copernicano ya que una enfermedad de colon le impidió continuar trabajando en una importante empresa de Córdoba donde se desempeñaba como contador. Tras peregrinar por los distintos hospitales sin recibir un diagnóstico acertado viajó a Cuba en búsqueda de una cura para su afección; ése fue su primer contacto con las plantas: “cuando por primera vez me hicieron tratamientos en base a hierbas me dio mucha bronca porque no entendía para que servían; yo pensaba que las plantas estaban de adorno pero después me di cuenta de que sirven para algo; si te ponés a pensar los mismos medicamentos que compramos en las farmacias están hechos en base a esas mismas hierbas”.
En el Jardín Botánico Carlos es un hombre delgado de estatura media. Se apasiona al hablar y acompaña sus palabras con gestos de asombro y admiración. Mientras recorríamos el jardín botánico con 80 variedades de hierbas, Carlos nos dio a conocer los secretos de su trabajo en laboratorio: “la mayoría de los preparados los realizamos gracias a la gente que viene y nos cuenta anécdotas; si una mujer comenta que la manzanilla actúa como inmuno depresivo entonces vamos al laboratorio a investigar los principios activos de esa planta”. En un momento toma una hoja de laurel en sus manos y la rompe para aspirar el aroma, sus gestos dan cuenta de su oficio y sus palabras también: “el universo es lo más fantástico que existe en este mundo y muchas veces no lo sabemos ver –explica- acá estamos muy preocupados por las cosas terrenales pero si tomamos conciencia de los que nos rodea aprenderemos a vivir de otra forma”.
Continuamos con el viaje y en cada lugar que visitamos aprovechamos para desplegar las banderas de la Lombardía, Italia y Argentina. Entre mates y café llegamos al “Descanso el Nido” lugar donde la familia Leonangeli se dedica a cultivar e investigar las propiedades medicinales de plantas como ajenjo, ruda, romero y melisa, entre otras. Después de hacer sonar el gong de la entrada, Carlos nos recibió para enseñarnos los secretos de la medicina natural.
La experiencia de este hombre es admirable porque su trabajo no fue adquirido por herencia sino por opción. A los 38 años, su vida dio un giro copernicano ya que una enfermedad de colon le impidió continuar trabajando en una importante empresa de Córdoba donde se desempeñaba como contador. Tras peregrinar por los distintos hospitales sin recibir un diagnóstico acertado viajó a Cuba en búsqueda de una cura para su afección; ése fue su primer contacto con las plantas: “cuando por primera vez me hicieron tratamientos en base a hierbas me dio mucha bronca porque no entendía para que servían; yo pensaba que las plantas estaban de adorno pero después me di cuenta de que sirven para algo; si te ponés a pensar los mismos medicamentos que compramos en las farmacias están hechos en base a esas mismas hierbas”.
En el Jardín Botánico Carlos es un hombre delgado de estatura media. Se apasiona al hablar y acompaña sus palabras con gestos de asombro y admiración. Mientras recorríamos el jardín botánico con 80 variedades de hierbas, Carlos nos dio a conocer los secretos de su trabajo en laboratorio: “la mayoría de los preparados los realizamos gracias a la gente que viene y nos cuenta anécdotas; si una mujer comenta que la manzanilla actúa como inmuno depresivo entonces vamos al laboratorio a investigar los principios activos de esa planta”. En un momento toma una hoja de laurel en sus manos y la rompe para aspirar el aroma, sus gestos dan cuenta de su oficio y sus palabras también: “el universo es lo más fantástico que existe en este mundo y muchas veces no lo sabemos ver –explica- acá estamos muy preocupados por las cosas terrenales pero si tomamos conciencia de los que nos rodea aprenderemos a vivir de otra forma”.
Las raíces de un arte milenario
Tras abandonar El Nido seguimos desandando caminos por un sendero de tierra rodeado de frondosa vegetación. Infinitas especies de aves se lanzaban al cielo azul hasta que un puente de madera nos indicó la llegada al Taller del Artesano. Héctor Sosa, un salteño de nacimiento pero cordobés por elección se dispuso a trabajar la madera utilizando tricantos, gubias y formones. Con estas herramientas de trabajo se dispone a tallar la pieza hasta lograr muebles de estilo con diseño español, portugués y peruano. “El que hace talla debe tener una vocación porque se necesita mucha paciencia y sacrificio”, cuenta el artesano. “No es tan fácil empezar porque al principio la madera se rompe y uno tiene que aprender muchas cosas; debe estudiar los diferentes estilos, saber dibujar y hasta dominar la técnica de afilado de herramientas”.
Junto a su familia aprendió a disfrutar de su oficio que él mismo define como su verdadera vocación. En cuanto a su material de trabajo comenta: “la madera es un material muy noble para trabajar y por eso me gusta”.
Destino final
Para la hora del mediodía llegamos a nuestro tramo final: el hotel Villa Los Altos, perteneciente a la Asociación Mutual Hércules. Al entrar al comedor nos encontramos con dos largas mesas preparadas para la ocasión, las banderas en lo alto y la melodía de Andrea Bocelli. Tras el tradicional asado se organizaron distintas actividades recreativas como torneos de paddle, caminatas y juegos en la piscina. El ingrediente de alegría llegó a las seis de la tarde con el bien esperado concurso de baile donde Teresita fue la feliz ganadora.
A las siete de la tarde, tal como estaba programada por nuestro coordinador Juan J., la excursión había llegado a su fin y con ella los participantes se preparaban para la partida. Mágicos son los lugares que visitamos y adentrarse en las profundidades de los valles de nuestra provincia es como descubrir de a poco la perla escondida en el fondo del mar. Así es Córdoba, sorprendente en cuanto a la belleza de sus paisajes y entrañable en cuanto a la calidez de su gente.
Y en cada lugar visitado la rosa camuna fue el símbolo que marcó los puntos del viaje. Entre frases italianas y dichos cordobeses, entre un café ristretto y un mate amargo se sellaron dos culturas emparentadas en un conjunto híbrido pero de lo más armonioso.
Natalia Lazzarini
Licenciada en Comunicación Social
Colaboradora periodística - Centro Lombardo de Córdoba