domingo, 5 de marzo de 2006

Laura, una pequeña historia más


En el mes de febrero de 1950 embarcamos desde Italia hacia la Argentina. El barco se llamaba “Ana C” y el viaje duró aproximadamente 25 días. En él viajaban muchos niños de diferentes edades. La nave se veía, a mis ojos, inmensa y majestuosa. Tanta gente saludando, llorando y abrazándose!!!
Recuerdo cómo apretaba la mano de mi madre en esos momentos pues sentí mucho miedo al subir la rampa de acceso al barco.
Pienso que todos los chicos sentíamos lo mismo. Un poco de confusión y temor, y no entendíamos nada. Viajábamos mi madre, tres hermanos mayores y yo, que era la menor de la familia.
A los pocos días nos acostumbramos a la rutina. Todo era tranquilo, pero a la vez lleno de sorpresas. Con asombro observaba esa enorme cantidad de agua que me rodeaba y al levantar la cabeza hacia el cielo otro inmenso mar se abría ante mis ojos. Sentía la sensación de estar sentada en el medio de una esfera azul que giraba y giraba sin cesar. Y eso me producía un cierto mareo, como si estuviera flotando, que me agradaba permanecer en él.
Todas las mañanas recorría la cubierta con entusiasmo. Había grupos de niños entreteniéndose con juegos y competencias, dirigidos por un cura párroco que era el organizador de todo. Se veían felices. Parecía que estábamos pasando unas largas y bellas vacaciones.
Al atardecer pedía a mi madre que me levantara en sus brazos para ver el mar, que se tornaba azul oscuro con reflejos dorados. Veía cómo los peces saltaban fuera del agua, y parecían tener alas mientras seguían al barco. Recuerdo cómo sus cuerpos tornasolados saltaban por el aire y se hundían en el agua como si danzaran para nosotros. Era un espectáculo bellísimo, fascinante!!!
También sucedieron momentos terribles, tensos, que quedaron grabados en mí, como los simulacros que teníamos por si se hundía el barco. La gente se ponía nerviosa, los niños lloraban y no querían colocarse los salvavidas. Las sirenas sonaban sin cesar y la gente corría de un lado para el otro, quitándose unos a otros los chalecos salvavidas.
Por otro lado, también tuvimos grandes tormentas. Las olas golpeaban con fuerza el barco y lo movían de una manera que producían angustia y vómitos, sobre todo en los niños. Luego retornaba la calma y la normalidad.
Era una niña muy observadora y veía que los adultos tenían siempre rostros tensos, silenciosos, y estaban por lo general tristes.
Mis hermanos mayores (de 12, 11 y 9 años) cometían travesuras como la de intentar pescar con una pantufla atada con un hilo, lanzándola al mar una y otra vez. Mi madre nos había comprado un par a cada uno pero cuando llegamos a la mitad del viaje ya no teníamos ni una sola pantufla. Todas habían quedado en el mar.
Son cuantiosos los recuerdos que vienen a mi memoria de esos días de navegación. Bellos, fuertes e inolvidables momentos.
El día 1 de mayo llegamos al puerto de Buenos Aires. Todo era revuelo, emociones y júbilo. Muchas personas se encontraban en el muelle agitando pañuelos y sombreros, moviendo sus brazos sin cesar para saludar a sus familiares. Yo los veía muy pequeños desde arriba del barco y no distinguía a mi padre y a mi hermano mayor que, desde hacía un año y medio se encontraban viviendo en la Argentina. Ese encuentro fue emocionante. Besos, abrazos, apretones, risas y lágrimas. Me tomaron en sus brazos y jugaron conmigo hasta que me dormí.
Los años siguientes fueron duros. Se extrañaba a los primos, tíos, la casa, el aire, el invierno, el verano, el lugar. Todo se veía y se sentía diferente.
También mis padres actuaban en forma diferente. Trabajaban de la mañana a la noche, conversaban poco con nosotros y entre ellos. Tenía la sensación que ellos estaban siempre enojados. Había que “hacer la América”, decían.
Recuerdo que mi madre, al acostarnos, cada noche nos llevaba una fruta o un dulce a la cama para que nos durmiéramos contentos. Nos daba un beso y en ese momento siempre quería preguntarle ¿cuándo volvemos a casa? Pero la pregunta quedaba en mi corazón y en mi mente ya que nunca me animé a hacerla porque su rostro se veía cansado y triste. Y así me dormía.
Mi padre construyó nuestro primer hogar en barrio Ameghino Sur (Córdoba). El lugar tenía pocas casas y se veía muy descampado. Pasaba muy lejos la luz eléctrica y el transporte. Y el agua se obtenía de un tanque distante unas cuantas cuadras. No era fácil acostumbrarse a tantas cosas diferentes. Tormentas de fuertes vientos, de mucha tierra suelta y de grandes yuyos secos que volaban en el aire como inmensas pelotas de fútbol sucedían a menudo. Y las noches eran tan oscuras que no se veían más que las estrellas brillar.
Mis padres nos habían regalado una yegua y un potrillo para que nos entretuviéramos y nos sintiéramos más felices. Y así iban pasando los días. Mis hermanos mayores se las ingeniaron para armar una radio a galena lo que nos entusiasmó a todos ya que nos prestaban los auriculares un ratito a cada uno. Eso nos abrió la imaginación y el ingenio, teniendo todos los días algo diferente para hacer y nuevas expectativas.
Y el paso del tiempo todo lo puede. El lugar se fue poblando, nos mudamos al barrio vecino, donde había una escuela municipal a la cual asistían muchos chicos extranjeros. A los maestros realmente los recuerdo como si fuera hoy. Tenían tanta paciencia y amor!! Y se esforzaban por enseñarnos el castellano, a sumar y restar, con dedicación y compromiso, ofreciéndose a ayudarnos para hacer nuestras tareas e inclusive llevándonos por la tarde a sus casas. Mis maestros fueron realmente admirables!!!
Ya había aprendido a hablar el español, ya tenía amigos y amigas, llegó la adolescencia y con sacrificio estudiaba a la noche y trabajaba de día. Teníamos que darle una mano a nuestros padres porque ellos habían intentado un nuevo negocio: una fábrica de fideos. Se llamaba “La Lombarda”. Todos colaborábamos en lo que podíamos. Yo tenía unos 15 años, aún seguía siendo un poco niña pero trabajábamos como personas mayores, entre 10-12 horas por día.
Llegó la juventud, los novios, los bailes y nos acostumbramos a vivir aquí con alegría. Más tarde formé mi propia familia, tuve dos hijos y esa gran responsabilidad y trabajo arduo que nos da la lucha por la vida para mejorar cada día. Y en esa lucha casi olvidé mi lejana tierra.
De repente, como si fuera un relámpago, fui abuela por primera vez. Me detuve y me pregunté: ¿cuánto tiempo pasó desde que era pequeña, allá en la Italia....? Creo que mucho.... Y con los recuerdos apareció la nostalgia que la sentí como si fuera un bichito que penetraba en mi corazón. Y así apareció el deseo de relacionarme con gente que tenía mis mismos orígenes. Me integré a ellos de una manera tímida, y comencé a hablar despacio mi idioma. Lo hacía mal pero no importaba, estaba aprendiendo. Podría decir que quería sentirme un poquito más cerca de Italia. Leía revistas, escuchaba la RAI, concurría a cenas de diferentes colectividades italianas y participaba en todas las actividades que se relacionaran con los italianos, lo cual me hacía sentir muy bien. Creo que el desarraigo había dejado heridas en mi corazón y en mi mente que nunca quise ver y que siempre negué. Pero todo se cura algún día y sale a la luz lo que estaba oculto.
En esa misma época mis padres y hermanos viajaron por diferentes razones (trabajo, paseo, etc.) a Italia y yo siempre soñaba que algún día me pasaría lo mismo. Pero bueno... había que esperar..... Tampoco yo hacía demasiado para lograrlo.

Pero todo llega algún día y en 1999 comencé a estudiar Bellas Artes, específicamente Escultura. Eso me dio la fuerza para querer ver las obras famosas de los grandes maestros italianos. Comencé ahorrando centavo a centavo y con el aliento y el entusiasmo que me daban los amigos que conocí en el Comitato Italiano de Córdoba partí el 3 de agosto de 2000 rumbo a la tierra donde había nacido, 55 años atrás. Al llegar tuve la sensación que nunca me había ido de allí. Me sentí completa, como si hubiera encontrado en ese lugar la otra mitad de mi alma. Las calles, el aroma del aire, las casas...., todo se veía tal cual lo recordaba. La paz que me invadía me recordaba los días felices de mi niñez.
Recorrí Venecia, y ese día toqué el cielo con las manos. Luego Roma, Florencia, el lago di Garda con su gran inmensidad y otros parajes, todos bellos e importantes para mí. ¡Tantas personas gentiles que con su amor y amabilidad hicieron que mi viaje fuera inolvidable! Mi sobrina, mi hermana, mis primos y primas, amigos de mis primos y gente relacionada con ellos que me dieron su tiempo y su entusiasmo durante 60 días.
Regresé con el corazón lleno de arte y de fuerza. Terminé el curso y hoy dedico algunas horas del día a modelar la arcilla como hacía mi padre en su juventud allá en Italia. Recuerdo cómo en el patio de mi casa, en sus ratos libres él modelaba. Yo apenas tenía tres años, me asomaba a una ventana de la cocina y veía cómo, de manera mágica, convertía la arcilla en algo bello como el rostro de su madre y otras cosas. Cuando estoy modelando tengo la sensación que aún está vivo y él, ahora, me observa a mí.
Un día mostré mis trabajos a un hijo de italianos, el Dr. Rodolfo Borghese quien me alentó y compró algunas de mis obras. Le estoy muy agradecida por haberme dado su confianza y por haber creído en mí. Y gracias a él están expuestos algunos de mis trabajos en la Escuela Dante Alighieri. Así realicé el sueño de ser artista.
También mi regreso movilizó la necesidad de cantar pues haciéndolo revivía los lindos momentos de la niñez cuando mi madre interpretaba trozos de ópera y nosotros, en familia, sentados a la orilla del fogón, nos deleitábamos con su bella voz las noches de invierno.
Un grupo de amigas del Comité tuvo la idea de armar un coro y me invitaron a participar. Me pareció fantástico y así comenzó mi actividad coral. Día a día iban agregándose nuevas personas, todos ellos hijos o nietos de inmigrantes o ellos mismos provenientes de distintas zonas de Italia. Se armó así un grupo con muchas cosas en común, entre ellas el ser amantes del buen canto. Creo que a todos nos une un bello sentimiento que es la nostalgia de un tiempo vivido allá en Italia.
Hoy tengo 59 años, dos hijos, tres nietos y de todo corazón agradezco a mis padres que hicieron lo mejor que pudieron por nosotros. Y hoy siento que la Argentina me dio asimismo muchas felicidades, tanto como mi tierra natal, que extraño y sueño con volver algún día, y deseo que mis hijos y mis nietos también puedan conocer ese bello país.
Me atreví a contar en tan pocas páginas un largo tiempo vivido que pasó tan rápido, porque lo tengo constantemente presente como si fuera ayer.

Maria Laura Chiarini
mariachiarini5@hotmail.com
Nacida en Montichiari (10-10-1944), Provincia de Brescia, Lombardia.